Simba


 
Pero ¿hay leones en África? Eso es lo que me preguntaba tras intentar, denodada e infructuosamente, avistar uno. Ojo, que no quiero decepcionar a nadie; si algo tiene un viaje a este continente es la garantía absoluta de que uno va a ver fauna por un tubo y en su entorno natural. Ocurre simplemente que a veces algunos bichos se resisten a exhibirse ante los turistas; al fin y al cabo aquéllo no es la casa de Gran Hermano, entre otras cosas porque los leopardos, elefantes e hipopótamos, pongamos por caso, tienen más cerebro que los concursantes de esos programa de televisión. 
 
Se supone que en el Parque Natural del lago Manyara, Tanzania, vive una raza de leones que tienen por costumbre encaramarse a las acacias para dormitar. Digo se supone porque, tras una visita en la que revisamos todos los arboles minuciosamente, tuvimos que irnos sin poder vislumbrar uno solo. Como quedaban días por delante, no nos desanimamos; estábamos seguros de que habría otra oportunidad en las siguientes etapas. Un par de días después salimos temprano de safari por el cráter del Ngorongoro, una formación originada hace dos millones de años por la monumental explosión de un volcán hoy extinguido y que forma en sí misma un área natural del tamaño de Madrid, lo que priori parecía ofrecer más chance: en su interior bulle la vida salvaje de manera más o menos estable, pues los animales salen del perímetro pero vuelven siempre porque allí encuentran todo lo que necesitan. Los leones, en concreto, tienen a su disposición un variado buffet de miles de ñúes y cebras, sin necesidad de peregrinar detrás de las manadas durante miles de kilómetros, como pasa en el Serengueti. Además, el ser humano sólo puede entrar de día, con autorización y sin bajar del coche y con autorización, excepción hecha de los masai que habitan en las laderas. 
 
A media mañana, Marta suplicó al guía por enésima vez que necesitaba ir al servicio. Lo normal, vamos; al fin y al cabo sólo estábamos en medio de la sabana. Al fondo a la derecha debía pensar ella. Pero, claro, al fondo a la derecha únicamente había hierbas altas. Y a la izquierda. Y alrededor. Sin embargo una urgencia es una urgencia y, aunque está terminantemente prohibido, detuvimos el 4 x 4 y todos los ocupantes descendieron para aliviarse. Bien pegados al coche por si acaso, mientras yo vigilaba desde el techo del vehículo con los ojos atentos a la traicionera maleza, pues pasaban por mi mente las escenas de una película que había visto dos semanas antes, cuando me ambientaba en casa para las vacaciones; Safari sangriento, se titulaba, y en ella una pareja de leones se zampaba a varios pasajeros durante un safari... por bajarse a hacer sus necesidades. Pero, pese a los sudores fríos de aquellos dos minutos, no surgió ninguna fiera de la espesura; casi fue decepcionante. 
 
Parecía que los leones del Ngorongoro se solidarizaban con sus hermanos del lago Manyara y tampoco querían mostrarse. Es más, cuando media hora después localizamos por fin una familia de ellos, estaban en plena siesta matutina, como si de funcionarios se tratara, y las hierbas les tapaban en la misma medida que el tono pajizo de éstas se mezclaba miméticamente con su pelaje, de manera que lo más que pudimos vislumbrar fue unas vagas tonalidades pardas camufladas en el entorno reseco. Había que echarle imaginación para identificar aquéllo con el rey de la selva porque lo mismo podía tratarse de una zona arenosa; vean la foto y díganme qué distinguen. 
 
¿Dónde está Wally-león?

Bueno, nos dijimos, aún quedan tres días para seguir intentándolo en el citado Serengueti. Y, de hecho, al poco de entrar en éste detectamos una pequeña manada a lo lejos, descansando sobre un kopje (un tipo de islote rocoso muy común en la zona que les sirve de atalaya). Lamentablemente había demasiada distancia, incluso con prismáticos, para distinguir poco más que sus formas alargadas y un todo terreno de un equipo de filmación que estaba a su lado rodando un documental. Pensábamos que era cuestión de tiempo, pero en las cuarenta y ocho horas siguientes tampoco hubo suerte. Aquello empezaba a ser preocupante para los guías, empeñados en que no nos fuéramos de su país sin ver un león de cerca, aunque fuera uno pequeño, pulgoso, decrépito. 

Y así, el día que nos íbamos ya de vuelta a Arusha arrojando la toalla, noté que salíamos del Serengueti dando un rodeo por el río Seronera. Donde hay agua suele haber animales abrevando y depredadores acechando, era la idea de los guías. ¡Y tenían razón! Tras una nube de coches rebosantes de turistas con cámaras, entre unos setos, nos esperaban tres leones, tres hembras, que posaron pacientemente para resarcirnos de la espera, ignorando con digno estoicismo una manada de gacelas que pastaba peligrosamente cerca. Me despido remitiendo a su foto, la que encabeza el artículo, donde vemos a una de ellas luciendo complementos: un collar de localización y seguimiento. No he vuelto a oir la canción "The lions sleep tonight". 
 

Fotos: Leones en el Serengetti, por Marta B. L, 2006 Leones en el Ngorongoro, por Marta B. L, 2006

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