Las cataratas Murchinson


No deja de resultar paradójico que una de las cataratas más espectaculares del mundo no sólo no sea de las más grandes sino que es tirando a pequeña. Baste citar sus medidas en plan top model: 43 metros de altura -no vertical- y sólo 7 de ancho. Ahora bien, si se tiene en cuenta que por ese angosto canal tiene que pasar forzosamente el caudal del Nilo, el mayor río del planeta, en su camino hacia el Mediterráneo, ya nos podemos hacer una idea de dónde está el atractivo.

La catarata Murchison, famosa porque el cine nos mostró cómo la Reina de África conseguía atravesarla indemne a pesar de las borracheras de Humphrey Bogart y los salmos estirados de Katherine Hepburn o porque en las rocas de sus riberas dos starlettes de diferentes épocas se arreglaban el pelo (Deborah Kerr cortaba su larguísima cabellera victoriana y Meryl Streep dejaba lavar la suya a Robert Redford), constituye el salto de agua natural más potente que existe, con el agua discurriendo a 300 metros por segundo en un tronar ensordecedor.

La mejor forma de visitar ese rincón de Uganda es haciendo una ruta similar a la de su descubridor, Samuel Baker, que fue el que las bautizó con el nombre del presidente de la famosa Royal Geographical Society (Idi Amín se lo cambió por  el de un célebre rey bugandés, Kabarega, pero la cosa no prosperó a la larga.) Baker, mezcla de millonario aburrido, aventurero y militar, llegó desde el lago Alberto en barca junto a su mujer Florence, una húngara a la que había comprado en un mercado de esclavos y que compartió con él todas sus andanzas. 

Por ejemplo, su canoa volcó en Devil's Cauldron (la Caldera del Diablo), la zona donde el torrente choca contra el agua formando grandes remolinos teñidos de blanco por la espuma, y ambos cónyuges tuvieron que nadar desesperadamente hasta la orilla mientras docenas de cocodrilos se lanzaban a por ellos como si hubieran oído la campana de la comida. Y puedo dar fe -dado que ví unos cuantos zambulléndose al paso de mi lancha-, que el tamaño de esos bichos no invita precisamente a compartir baño con ellos.

La Caldera del Diablo desde la parte alta de la catarata
La Caldera marca el límite de seguridad hasta el que pueden acercarse las lanchas sin peligro de zozobrar. Unas rocas en medio del agua -se ven a lo lejos en la foto- marcan el lugar exacto y permiten detenerse para sacar unas fotos. Pero se puede continuar a pie por un sendero que bordea la catarata por su derecho. Son 2 kilómetros de serpenteante camino en el que llama la atención el brillo del suelo, debido a la pirita de su composición. Según se sube aparece  un poco más allá la catarata hermana, la Ofuru, nacida en 1962 cuando un desbordamiento tan torrencial que arrastró el puente construido en lo alto obligó al agua a abrirse camino. Es más ancha, de aspecto más típico.

A la derecha, la catarata Murchinson; a la izquierda, la Ofuru
Allá arriba es posible pasear entre los peñascos justo al borde de la catarata e incluso sentarse y dejarse fascinar por el ruido atronador mientras una húmeda neblina de vapor de agua te envuelve. Eso sí, hay que tener cuidado con no resbalar o se puede batir el récord mundial de velocidad... convertido en despojos por los golpes contra las paredes de piedra. Y no es cuestión de ponérselo fácil a los cocodrilos troceándoles la comida.

Esa pilastra es lo único que queda del puente
Fotos: JAF y Marta B.L.

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