Amán, Filadelfia, Rabat Ammon (y II)


Retomemos la narración en el punto en que quedó en el post anterior para contar un paseo por Amán, capital de Jordania, antes conocida como Filadelfia y antes aún como Rabat Ammon. 

A la hora de moverse, hay que tener en cuenta algo muy importante: sus habitantes no conceden demasiada importancia al nombre de las calles, hasta el punto de que muchos los desconocen y es necesario tomar las plazas o rincones más populares como referencia.

Esto resulta de especial consideración a la hora de tomar un taxi. En Amán, el problema no es el coste -usan taxímetro- sino otro: yo estuve dando vueltas y vueltas en uno de regreso al hotel porque el taxista no sabía dónde estaban ni el establecimiento ni la calle; como mi alojamiento quedaba lejos del centro, casi en las afueras, al final me dejó en el límite urbano, no sé exactamente si porque no podía salir del casco o porque sencillamente estaba perdiendo el tiempo, así que terminé el resto del trayecto -poco, todo sea dicho- a pie. Pero antes, cuando me preparaba para la batalla, la hora de pagarle, llegó la sorpresa: el tipo, en compensación por el perjuicio, no me cobró la carrera.

Un manazas en Amán
Volviendo a la visita, todo esto sirve para subrayar la conveniencia de ir provisto de un plano -sea de papel o digital- durante la caminata. Lo lógico es que ésta nos lleve en dirección a la Ciudadela, el casco histórico que se sitúa en la parte alta (foto de cabecera). El trayecto es más relajado que en otras urbes musulmanas, tanto en el aspecto del tráfico como en el de la agresividad comercial y jaquequil de los vendedores; en Amán son menos pegajosos.

El primer monumento importante con que se topa uno es el Teatro Romano, erigido por el emperador Antonino Pío y uno de los mejor conservados de todo Oriente Medio, hasta el punto de que aún se usa para eventos variados. Como era habitual, se construyó aprovechando una ladera para tallar las gradas, cuya capacidad es para cinco mil personas. A su alrededor hay otros restos romanos, como el Odeón (que también se utiliza hoy), el foro o una fuente.

El Teatro Romano
 
Subiendo la colina se llega a la citada ciudadela, donde aguardan las ruinas más antiguas de Rabat Ammon y alguna edificación de estilo inconfundiblemente clásico. Es el caso del Templo de Hércules, del que apenas se mantienen algunas columnas sosteniendo lo que antaño fue un arquitrabe; lo mandó hacer Marco Aurelio, aquel emperador encarnado por Alec Guinness en La caída del Imperio Romano y por Richard Harris en su remake inconfeso Gladiator. También hay rastro de la antigua muralla, una iglesia bizantina y un bien preservado Palacio Omeya, datado en el año 720 d.C. y que es de lo poco que se salvó milagrosamente del terremoto que sacudió Amán veintinueve años después. 

No obstante, las piezas antiguas más importantes halladas en ese entorno, muchas de las cuales, por cierto, fueron desenterradas por un equipo arqueológico español que trabaja allí regularmente (ahora está reconstruyendo la cúpula de bronce del mencionado palacio), se guardan en el pequeño museo levantado in situ; que nadie se lo pierda porque, entre otras cosas, se pueden ver varios sarcófagos de la Edad del Hierro, la llamada Estela de Mesha (que cuenta la victoria sobre los israelitas del rey moabita homónimo) y, atención, algunos rollos de las cuevas de Qumrán (Mar Muerto).

El Odeón
 
Completen el tour por el casco histórico con la Gran Mezquita de Hussein, la más grande del país -aunque en realidad es reciente (la mandó construir Abdalá, el primer rey jordano, bisabuelo del actual, sobre lo poco que quedaba de la medieval omeya)-, así como los museos del Folklore (está al lado del Teatro Romano) y de Tradiciones Populares, que proporcionan una amplia visión sobre las cultura árabe y beduina retrocediendo en el tiempo.

Y si no están cansados, si aún oyen los cantos de sirena de los zocos y mercadillos -los hay que abren incluso de noche-, acérquense a alguno en busca de artesanía o algo con qué sorprender a la vuelta. Yo me hice, por supuesto, con una chilaba y tocado de inmaculado color blanco, exactamente iguales que el atavío que luce Peter O'toole en Lawrence de Arabia; hasta cinturón con gumía llevaba. Cómo lo disfruté.


Fotos: JAF y Marta BL

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