La Catedral de Oviedo (y II)

 

La torre de la catedral, poema romántico de piedras, dedlicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne. 

(La Regenta, Leopoldo Alas Clarín)

Hacerse una foto con la catedral ovetense detrás no es tan fácil como parecería. Salvo que se disponga de un ojo de pez o algo así, resulta complicado lograr retratarse y que al fondo se vea el edificio entero, como muchos pretenden. Y eso que la plaza donde se ubica es amplia -tanto como para albergar conciertos y espectáculos diversos- desde que en 1930 se demolió la manzana de casuchas que la atravesaba transversalmente y que cerraba aún más el ángulo ante la fachada. Pero la estatua de La Regenta que mencionaba en el post anterior no se colocó allí al azar. Uno le pasa el brazo por el talle a doña Ana Ozores y ya tiene recuerdo con ella y el ansiado decorado arquitectónico.


La plaza de la Catedral con la estatua de la Regenta
Cerrando un poco los ojos y mirando hacia la mitad de los ochenta metros de altura de la torre, no cuesta imaginar a Fermín de Pas, el magistral de la novela de Clarín, oteando entre las volutas renacentistas, con su catalejo apuntando a esa Vetusta sobre la que cree tener superioridad moral: "Era una presa que le disputaban pero que acabaría de devorar él solo (...) veía a los vetustenses como escarabajos; sus viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las creían los vanidosos ciudadanos palacios y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topo..."

También se pueden venir a la mente los guardias de asalto que se atrincheraron allí durante la Revolución de Octubre impidiendo que los mineros pudiesen entrar en la catedral a destruirla. Aunque sí consiguieron una verdadera catástrofe: la quema de la Sala Capitular (incluyendo los archivos y la bellísima sillería del coro, de la que sólo se salvaron seis sillas, si bien se ha restaurado recientemente) y la voladura de la Cámara Santa con dinamita, en un intento fallido por demoler la torre que se enmarcaba en la fiebre de destrucción extendida por toda esa parte del casco antiguo ovetense.

Sin embargo la torre, que como digo era el verdadero objetivo, sólo vio aplazada la amenaza porque quedaría  mutilada dos años después, durante la Guerra Civil, al recibir el impacto de un obús que la redujo a escombros (más ciento sesenta disparos de artillería y fusilería que dejaron maltrecho el resto del edificio). Así, las labores de restauración iniciadas en 1935 y suspendidas por el conflicto bélico, tuvieron que volver a empezar rehaciendo lo rehecho, valga la redundancia. Se concluyeron en 1942.

La Sala Capitular, restaurada


El chapitel renacentista con el pararrayos
En realidad no era la primera vez que ese "índice de piedra que señalaba al cielo" sufría daños. Sólo que anteriormente fue la Naturaleza la mutiladora porque en cinco ocasiones, que se sepa, ya había recibido descargas de rayos.  Al respecto, cabe retomar de nuevo la descripción de Clarín: "Como haz de músculos y nervios, la piedra, enroscándose en la piedra, trepaba a la altura haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre ésta una cruz de hierro que acababa en pararrayos". Las malas lenguas también consideran dañinos otros ataques, menos violentos pero igual de perjudiciales, como las reformas acometidas por el obispo Martínez Vigil a caballo entre los siglos XIX y XX.

Y es que la Catedral de Oviedo ha tenido que someterse a continuas obras de rehabilitación o transformación a lo largo de su historia; la primera, ya en la segunda mitad del siglo XII, cuando se empezó a sustituir la primitiva románica por otra gótica, acorde al crecimiento de la ciudad por la afluencia de peregrinos, que difundían el nuevo estilo gótico y consideraban la anterior "fea y pequeña".


A la izquierda, asomando levemente, la torre gótica; a la derecha, en primer plano, la románica

¿Y qué hay del interior de la Catedral? preguntarán. Pues tiene planta de cruz latina con girola y tres naves -la central más alta y ancha- cubiertas con bóvedas nervadas, siendo una buena muestra de los cambios estilísticos que se sucedieron a lo largo de tres siglos de obras. El edificio no se empezó por el tejado pero tampoco por el templo en sí, sino por el claustro (que sustituye al anterior románico) y la Sala Capitular, primeros trabajos góticos acometidos a finales del siglo XIII. La iglesia vino unas décadas después, en el año 1382, para convertir el presbiterio en capilla mayor, bajo la dirección de los arquitectos fueron Juan de Badajoz el Viejo, Juan de Candamo de las Tablas y Pedro Bunyeres.

La nave central con el retablo mayor al fondo

Coexisten elementos góticos y renacentistas tanto en la torre, del siglo XVI, como en la fachada, porticada y con una entrada a cada nave. Las puertas de madera tallada, del XVIII, hechas por Francisco Meana, daban paso al trascoro, una zona que en su época se usó para representar comedias. También barrocos eran los dos órganos que el citado obispo Martínez Vigil mandó eliminar, junto con otros elementos decorativos medievales que consideraba anticuados (verjas, púlpitos, rejas, sillería...), en su febril y hortera modernización.

Las puertas de madera tallada

Como es habitual, en los laterales se suceden las capillas, muchas de ellas decoradas en estilo barroco. Pero hay que hacer mención especial para la Capilla del Rey Casto, que se comunica con el crucero por un extraordinario arco ojival con parteluz -obra del flamenco Juan de Malinas- en uno de cuyos laterales hay una estatua de San Pedro portando en la mano la llave del Cielo, de hierro; es tradición hacerla girar para garantizarse la entrada. 

El arco gótico que comunica el crucero con la Capilla del Rey Casto. San Pedro, a la derecha

Bien iluminada gracias a un cimborrio, esta capilla acoge el Panteón Real, terminado en 1717, donde yacen varios reyes asturianos junto a alguno leonés y sus respectivas esposas. No busquen a Pelayo, el primero, ni a Fávila, al que se merendó un oso; pero sí encontrarán a Alfonso II, por ejemplo (el que da nombre a la capilla) o a Ramiro I, impulsor del prerrománico regional. Estatuas y bustos de esos monarcas se pueden ver en el lateral derecho de la Catedral, en el Jardín de los Reyes Caudillos, escenario habitual de fotos nupciales por su recoleta belleza rematada al fondo con el campanario del vecino Convento de San Pelayo.


Jardín de los Reyes Caudillos con el campanario del convento detrás

¿Más curiosidades? Donde empieza el brazo norte del crucero, casi a la entrada de la Capilla del Rey Casto, en una hornacina bajo un arco con una inscripción que reseña su apertura en el siglo XVIII, estuvo durante años un enorme y ennegrecido jarrón de piedra caliza conocido como la Hidria que la tradición identificaba con una tina de vino de las bodas de Caná. Tuvieron que retirarlo del público porque todos los peregrinos se empeñaban en tocarlo y estaba muy desgastado.

La Hidria


El casi desconocido rosetón norte

En la nave opuesta se encuentra la talla de piedra policromada, románica, de San Salvador (foto de la izquierda), ante la que se postran los peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Tenía la facultad milagrosa de devolver la vista a los ciegos, el habla a los mudos y exorcizar posesiones diabólicas pero, al parecer, se le han agotado las pilas. En medio, el gran retablo mayor, que mide ciento cuarenta y cuatro metros cuadrados por doce de altura y cuyo dorado resplandece espectacularmente, es obra de Giralte de Bruselas y Juan de Balmaseda, con Alonso Berruguete a cargo de dorados y decoración pictórica.

San Salvador, consumado galeno y exorcista, con el retablo mayor al fondo
 
Por último, decir que en lo alto de la torre hay cuatro grandes campanas trasladadas desde la Torre Vieja románica y llamadas Santa Cruz, Santa Bárbara, Esquilón y Wamba; ésta, que lleva nombre de rey visigodo y pesa ochocientos treinta y tres kilos, fue fundida en bronce en 1219, lo que la convierte en la más antigua del mundo en funcionamiento. Por tanto, es anterior incluso a la propia catedral,  y, de hecho, entre sus curiosas inscripciones, se puede leer una que reza "Cristo truena, Cristo suena, Cristo reina, Cristo impera" pero también una curiosa invocación pagana:  "Júpiter Tonante, que en su aparición se rodea de truenos y sonidos potentes".

Fotos: JAF
Fotos interiores: Catedral de Oviedo
Foto final: España es Cultura

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