La belleza del cementerio de La Carriona de Avilés (I)


El turismo se ha convertido en un negocio tan grande y próspero que a menudo constituye el principal motor de la economía del país, algo que resulta especialmente obvio en el nuestro. Ahora bien, como no todos disponen de buen tiempo, patrimonio histórico o litoral playero, a menudo hay que buscarle nuevos nichos de negocio al susodicho segmento turístico. Y, hablando de nichos, uno de ellos lo constituye la incorporación de los cementerios al abanico de posibilidades para los visitantes de un lugar. París es pionera en eso, ya que a sus tres grandes camposantos acude un numero mayor de viajeros que de familiares de los fallecidos. Pero poco a poco todos van siguiendo su ejemplo e incluso se ha creado una curiosa Red Europea de Cementerios Turísticos.

Avilés es la tercera ciudad de Asturias en tamaño y población, tras Oviedo y Gijón. Se trata de una urbe portuaria e industrial que en los años ochenta, con la reconversión, perdió parte de sus fábricas y, desde entonces, ha estado intentando reinventarse. El famoso Centro Nienmeyer es la piedra maestra de esa transformación pero, aunque dispone de otros atractivos en forma de los consabidos palacios, museos e iglesias, hay uno que se sale de lo clásico y puede resultar igual de sugerente o más para cualquiera: el Cementerio de La Carriona.


La entrada principal...

... y la avenida flanqueada de panteones que llevaba hasta la capilla

Como tantas y tantas ciudades, antaño Avilés tenía varias necrópolis. En la Edad Media había dos en pleno centro, de carácter parroquial y ligadas a las iglesias de los Franciscanos y de Sabugo. Como el crecimiento demográfico y el desarrollo económico que trajo el auge del comercio marítimo en la segunda mitad del siglo XIX hicieron que se quedasen pequeñas, se planteó la creación de otra cerca el Convento de la Merced. Sin embargo, los avances médicos ya habían determinado hacía un siglo que, por razones higiénicas, convenía enterrar a los muertos en zonas alejadas de las habitadas; a José Bonaparte, el célebre Pepe Botella, le cabe el honor de haber introducido esa medida en España de forma legal, si bien no se aplicó de forma total hasta 1884.

Por esa razón, la parcela elegida en un principio fue finalmente desechada y en su lugar se escogió otra en las afueras, en La Carriona, cuyo terreno además estaba más alto que la ciudad, bien aireado y lejos de las viviendas. Corría precisamente ese año 1884 y, dada la pujanza económica y social de la nueva burguesía comercial surgida de la citada actividad portuaria, fue ésta la principal impulsora del camposanto, al que concebía casi como suyo pese a ser municipal. A cien mil pesetas, ascendió el presupuesto.


Por eso no podía ser un cementerio cualquiera; debía mostrar ese poderío de clase plasmado en la belleza de sus sepulcros, en el arte con que se decorarían, de forma que la necrópolis habría de convertirse en un raro mini-museo al aire libre donde los personajes locales ilustres serían recordados y ensalzados. Así, el arquitecto designado para el proyecto no fue ningún desconocido: Ricardo Marcos Bausá, que entonces trabajaba para el ayuntamiento avilesino pero cuya obra más famosa hoy es el diseño de la Ciudad Lineal de Madrid, en la que trabajó ocho años después.

De hecho, el plano asemeja bastante al de una concepción urbana. Es de planta cuadrada, circundada perimetralmente por un muro, algo típico español (no así en otros países, como los anglosajones, donde los cementerios se conciben más bien como parques). Una avenida principal lo atraviesa de un lado a otro, con la capilla neorrománica (obra del propio Bausá) como eje central a partir del cual se abren calles diagonales, desarrollándose un plano básico en forma de cruz griega rellenado con vías paralelas en cuadrícula. Los panteones y sepulcros de los notables, los más bellos y ricos, jalonan dicha avenida y las inmediatamente contiguas. O sea, ocupan la parte central y, a medida que uno se aleja de ella hacia los lados, los enterramientos van perdiendo categoría, en una traslación al más allá de la jerarquía social imperante entonces.





Estilos diferentes, pero todos reflejan el poder económico y social de la burguesía comercial avilesina

De todas formas se le incorporó algo poco común entonces: un cementerio civil destinado a los fallecidos de otras religiones -eso sí, separado del resto por un muro-, lo que se engrosó con otras dependencias poco frecuentes, como una capellanía, una sala de autopsias, un depósito de cadáveres y el habitual osario. Hoy también cuenta con un crematorio y algo tan insólito como un centro de interpretación, situado en la antigua conserjería y cuyo objetivo es divulgar y preservar el valor histórico-artístico del sitio. Consiste en una doble sala en la que, mediante paneles ilustrados con viejas fotografías, se cuenta la gestación del camposanto. También están expuestos algunos de los planos originales de algunos mausoleos. 


La antigua conserjería-capellanía acoge hoy el centro de interpretación del cementerio

Es una pequeña sala con paneles y fotos que cuentan su historia

También hay planos de los panteones
Es aconsejable empezar el recorrido por La Carriona en este punto (está a la izquierda de la entrada principal) para hacerse una idea de lo que se va a ver luego. Claro que si se tiene la suerte de coincidir con una visita comentada, como me pasó a mí, en la que la misma guía te invita a unirte y te facilita un torrente de información, todo resulta aún más fácil (especialmente si luego hay que escribir un artículo); gracias, Alicia Lupiáñez.


[CONTINÚA EN EL PRÓXIMO POST]

Fotos: JAF
Plano: CICLAC

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