La belleza del cementerio de La Carriona de Avilés (y II)


Como decíamos en el último post, la mejor forma de visitar el cementerio de La Carriona es empezando por el CICLAC, su centro de interpretación, que se encuentra a la izquierda, mirando hacia la verja de entrada, en lo que antes eran las instalaciones de conserjería y capellanía. Una vez asumida esa introducción didáctica, hay que atravesar la portada, entendiendo por tal la principal -adornada con metafóricos relieves de guirnaldas y relojes de arena-, puesto que el cementerio civil tiene la suya, mucho más austera al tratarse de una zona destinada a no católicos que, hasta los años ochenta del siglo XX, estuvo separada del resto por un muro; aun conserva la inscripción en piedra Paz a los muertos.

Así se sitúa uno en la avenida principal, flanqueada a ambos lados por lo más granado del lugar, funeraria y artísticamente hablando. Hay que tener en cuenta que algunos de los artistas asturianos más importantes del momento trabajaron allí: Manuel del Busto (que en Avilés fue autor del Teatro Palacio Valdés), Cipriano Folgueras (autor de la estatua de Valdés Salas que hay en la Universidad de Oviedo), Federico Ureña, Faustino Nicoli, etc. Entre 1890 y 1920 se sucedieron treinta años que constituyeron la etapa dorada de La Carriona.

Las familias más pudientes de Avilés tienen en dicha avenida su rincón para el descanso eterno. Y no son simples tumbas. Se trata de panteones y mausoleos ostentosos, concebidos y erigidos no sólo para acoger cuerpos sino para exhibir el poder social y económico de su clase, así como para perpetuar su memoria. En ese primer tramo se suceden los sepulcros de la familia Fernández-Balsera, del Marqués de Teverga (ministro), Palacio Valdés (escritor), Justo Ureña Hevia (escritor y cronista de Avilés), Ana de Valle (escritora), José Fernández Menéndez (otro cronista), Julián Orbón (músico), Bonifacio Heres (alcalde), etc. Más allá se pueden ver otros como los de la familia García Morán, Jesús Antonio de Castro (portero del Sporting de Gijón y hermano del legendario Quini, que murió intentando salvar a un niño en una playa), Celestino Graíño (científico y farmacéutico)...

La tumba de Palacio Valdés, con la estatua de Demetria, uno de sus personajes literarios


El mausoleo de Julián Orbón, autor de la canción Guantanamera, es de estilo secesionista


El de Bonifacio Heres, alcalde, es historicista, de inspiración neogótica inglesa
 
El de los García Morán, ligados al comercio marítimo, tiene motivos decorativos navales

Casi todos ellos están enterrados en auténtica arquitectura funeraria, mini-edificios que suelen tener tres niveles, con cripta subterránea, capilla y remate decorativo. Este último es, por supuesto, el elemento que dota de belleza artística al enterramiento en particular y al camposanto en general: estatuas de ángeles (sobre todo custodios que acompañan el alma del difunto y trompeteros que anuncian el Juicio Final), esculturas con motivos fúnebres (cráneos, relojes alados que simbolizan el paso del tiempo, coronas de flores cuyo círculo metaforiza que principio y fin se dan la mano, antorchas y fuegos para representar la vida que se apaga, amapolas que nos recuerdan la fragilidad y fugacidad de la existencia...), decoración alusiva a la forma de vida del difunto (mástiles y timones, por ejemplo, para los ligados al mar), templetes...

El ángel con sarcófago que Cipriano Folgueras talló en mármol de Carrara para la tumba de la Marquesa de San Juan de Nieva


Otro sarcófago, el de Isidora Arias. Al igual que el anterior, sólo es una escultura (los cuerpos están en las criptas)


Uno más: el de los Castro, donde reposa el hermano de Quini
Claro que no sólo hay notables en La Carriona. Una gigantesca cruz de varios metros de altura que descuella llamativa, casi estentóreamente, entre las demás y cuyo adorno en forma de yugo y flechas indica de forma obvia su filiación ideológica, es el punto donde se enterró a los caídos del bando nacional de la Guerra Civil. Presentes, dice la inscripción bajo la que se leen sus nombres mientras, a un centenar de pasos, otro monumento bastante más sencillo -una columna de piedra rodeada por cadenas- homenajea a los republicanos en su fosa común. Ahora todos reposan en el mismo suelo, aquel en el que muchos fueron pasados por las armas; en los troncos de algunos de los pocos cipreses que quedan en el cementerio -nada que ver con la bella frondosidad de otras épocas- todavía se pueden ver marcas de balazos.

Los caídos "por Dios y por España"...

...y los caídos por la República (y por España, se supone que también)

Por último, tampoco hay que perderse la que, desde cierto punto de vista, pude considerarse la parte más impresionante del camposanto. En este caso no por su belleza artística sino por todo lo contrario: son los enterramientos de los párvulos, o sea, los niños. Pero los pobres. Son tumbas practicadas directamente en la tierra, sin mármoles ni apenas lápidas, como mucho con extemporáneos azulejos y señaladas con sencillas cruces de hierro vencido por el óxido y flores de plástico. Se suceden sin orden, a veces torcidas o incluso hundidas al ceder el propio terreno, por una deprimente parcela reseca y pedregosa que continúa paralela al muro acogiendo sepulturas de similares características pero de adultos, éstas recientemente arregladas, como indica la tierra removida y recolocada.

La parcela de los párvulos con el crematorio al fondo

Tumbas de extrema pobreza

La muerte iguala a todos... pero no a sus tumbas

Fue una de estas tumbas el escenario de un macabro incidente, cuando un pertinaz chaparrón inundó la fosa abierta para una inhumación imposible de llevar a cabo porque el ataúd flotaba. Otra fue profanada por un joven, sorprendido con las manos en la masa, porque quería recuperar una guitarra presuntamente sepultada con su difunto hermano. Este estrambótico anecdotario finalizó con los sepulcros actuales, aunque tuvo su canto del cisne con aquel vagabundo portugués que solía colarse cada noche en el cementerio para dormir en un nicho vacío.


Definitivamente, mejor quedarse con la cara amable, la que ofrece al visitante una auténtica gliptoteca al aire libre. Vean que skyline, el de esta última imagen.

Fotos: JAF

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