Capri (I)



A pesar de que mucha gente vea Capri como un rincón elitista y muy turístico que debería quedar en lugar secundario ante Nápoles, Pompeya y Herculano, o incluso ante la propia costa amalfitana, a pesar de eso digo, como siempre, me gusta llevar la contraria anteponiendo a tales y discutibles razones otras que considero más poderosas. Por eso hice caso omiso, tomé el ferry en el puerto napolitano de Beverello y visité la isla durante una jornada.


Enclavada en un lado del golfo que protegen por un lado las islas de Procida e Ischia y por otro la península sorrentina, como una prolongación de esta última, una especie de punto y seguido de tierra en medio del mar Tirreno, Capri no sólo no esconde ese carácter de destino turístico prototípico sino que presume de él porque, de hecho, lo es desde la Antigüedad. Subrayo Antigüedad, ya que, si bien estaba habitada desde la Prehistoria, con asentamientos posteriores griegos, fueron los romanos los que verdaderamente le dieron dimensión histórica.

Capri tiene detalles en los sitios más insospechados
 
Fue botín de guerra en los enfrentamientos de época republicana, pero se convirtió en lugar de relax con Octavio, que antes de ser Augusto eligió la isla para construir en el extremo noreste de la isla, asomada a un imponente acantilado, su villa imperial favorita (incluso incorporó a la decoración del jardín los restos neolíticos que halló). Sobre ella construyó Tiberio, su sucesor, Villa Jovis: siete mil metros cuadrados con vivienda, baños, ninfeos, jardines y bosques en los que el emperador vivió sus últimos nueve años, gobernando desde ese apartado lugar en una vorágine de estudios astrológicos y orgías -compartidas ocasionalmente con su sobrino Calígula- que empañó el tramo final de su biografía. Asimismo, a los fans de Gladiator también les interesará saber que Lucilla, la hermana y amante del emperador Cómodo, fue desterrada por éste a Capri por participar en un complot para destronarle y allí terminó ejecutada.

Una reconstrucción de Villa Jovis

Refugio de piratas u objeto de saqueo de éstos durante los siglos siguientes, ingleses y franceses echaron un pulso arrebatándosela mutuamente durante el período napoleónico para, a partir de la segunda mitad del XIX, convertirse en refugio eventual de famosos, como los escritores Máximo Gorki, Margarite Yourcenar, Pablo Neruda y Curzio Malaparte (que se estableció en un futurista chalet sobre un acantilado), la cantante Mariah Carey (otra que tiene casa), el político Lenin y un sinfín de actores de Hollywood.

La casa de Curzio Malaparte, diseñada por Adalberto Libera

O sea, que sí, que Capri acredita una intensa y duradera vocación turística que la hace acreedora a una visita (salvo que uno sea incapaz de ver en ella más que "un peñasco sin mayor interés", como Goethe). Pero además siempre ha sido un rincón idóneo para satisfacer la inspiración de los artistas. La relación reseñada antes es un ejemplo que, igualmente, se plasma en muchas obras de otros, sean pictóricos (los cuadros de John Singer Sargent, quien también residió en la isla), musicales (Preludio impresionista, Les collines d'Anacapri de Claude Debussy, Capri ces't fini de Hervé Vilard), o literarios (Los lotófagos de Somerset Vaugham; Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven de Albert Espinosa).


Hablando de lotófagos, la novela primigenia y suprema, La Odisea, sitúa en las aguas de Capri el sitio donde Ulises oyó cantar a las sirenas y salió indemne gracias a que, siguiendo el consejo de Circe, mandó a su tripulación taparse los oídos con cera y que a él, que quería escuchar esas seductoras melodías, le ataran al mástil. Parténope, una de las intérpretes, murió decepcionada y su cadáver fue dejado por las olas en Nápoles. ¿Acaso no basta esto para incentivar una visita a la isla?

Pues en el próximo post desgranaré unas cuantas razones más.

[continuará]

Fotos: JAF

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