La Casa de las Siete Chimeneas


Resulta curioso que uno de los rincones más tranquilos y apacibles que recuerdo de Madrid sea la llamada Plaza del Rey. No sé cómo será a otras horas pero en verano y entre el mediodía y la tarde, que es cuando he pasado siempre por allí, el lugar parece un remanso de paz, silencioso, vacío y recoleto, con el sol calentando los bancos y las sombras deslizándose poco a poco hacia el suelo por las fachadas. Y, sin embargo, en ese sitio se acumulan historias violentas y leyendas espectrales con un escenario de referencia cuyo nombre ya parece sacado de un cuento gótico: la Casa de las Siete Chimeneas.

Tratándose de la sede de la Secretaría de Estado de Cultura, antaño del ministerio entero y antes aún, hacia atrás cronológicamente, del Banco Urquijo, el Lyceum Club Femenino y el Banco de Castilla, es decir, usos bastante mundanos, nadie diría que ese apacible y viejo edificio tiene tanto que decir. Pero se trata de uno de los más antiguos de la ciudad aún en uso, así que parece lógico que su memoria sea rica y jugosa



Evolución del aspecto que ha ido adoptando la casa a lo largo del tiempo

En realidad, no se sabe exactamente en qué año se construyó ni quién fue su arquitecto, si bien hay noticias al respecto desde 1570 y se suele atribuir a Juan Bautista de Toledo y Antonio Sillero, con una ampliación posterior de Juan de Herrera, el famoso maestro renacentista cuyo apellido designa un estilo arquitectónico netamente español, el herreriano, del que los mejores ejemplos son El Escorial, el Palacio de Aranjuez y la Catedral de Valladolid. Los dos primeros tampoco se quedaron mancos, ya que Bautista también participó en las obras citadas y Sillero firmó el Monasterio de las Descalzas Reales.



El edificio siguió cambiando, aunque manteniendo la estructura original

Con dos plantas y forma de cubo -el cuerpo con torre de la izquierda es un añadido posterior-, la fachada, que da a la calle de las Infantas, que está paralela a la Gran Vía, presenta cuatro curiosas columnas exentas, así como muros que alternan mampostería con sillar. Ahora bien, el elemento más representativo es el que le da nombre: las siete chimeneas de su tejado que, se cuenta, metaforizan los siete pecados capitales. Y aquí entramos ya en materia legendaria. Porque si bien las narraciones se entremezclan y se hace difícil separar el grano de la paja, lo real de la habladuría, el sitio se edificó para Pedro de Ledesma, secretario de Indias; pero las malas lenguas afirman que la encargó un montero de la corte para su hija Elena, quien tendría como amante al entonces príncipe, futuro rey Felipe II.



Elena, casada en 1569 con un capitán de los Tercios apellidado Zapata y fallecido en la batalla de San Quintín, terminaría por enloquecer, abandonándose hasta que la muerte la alcanzó también a ella. La leyenda se desata aquí en misterio y tragedia. Así, antes del óbito la desdichada viuda habría dado a luz a un bebé del que nunca más se supo, al igual que pasaría con el cuerpo de ella. ¿Por qué? Una versión asegura que no murió por causas naturales sino asesinada a puñaladas, presuntamente para mantener en secreto su relación con el monarca. Sólo que el acusado no sería Felipe II sino su propio padre, quien terminaría ahorcándose en una viga de la mansión.

El caso es que estos hechos tan truculentos e improbables terminaron como suelen los de su tipo, originando avistamientos esporádicos -a través de una ventana- de una figura espectral, femenina y ataviada de blanco, moviéndose palmatoria en mano, golpeándose el pecho y señalando al viejo Alcázar de los Austrias. Un fantasma de los de toda la vida, vamos; como los escoceses, pero en castizo. Claro que otro rumor atribuía esa presencia ultraterrena a algo más tangible aunque quizá igual de fantasioso: el mencionado bebé desaparecido habría sido una hija ilegítima de Elena y el rey, mantenida oculta en la casa todo ese tiempo. Lo gracioso de todo esto vino cuando el Banco de Castilla compró el inmueble en 1881 y acometió una serie de reformas; al levantar el suelo del sótano para cambiar las cañerías, los obreros encontraron un esqueleto de mujer junto con varias monedas del siglo XVI.

Ninguno de los que asaltaron y saquearon la mansión en 1766 imaginó que estaba allí ese insospechado inquilino. Los incidentes se enmarcaron en el llamado Motín de Esquilache, cuando el pueblo se sublevó contra la ley del ministro de Carlos III que prohibía la vestimenta tradicional española -sombrero de ala ancha y capa larga- en favor de la generalizada por la moda europea -redingote, tricornio- , en un contexto de reticencia a cualquier cambio modernizador, trufado de cierta xenofobia (Esquilache era siciliano) y con la subida del precio del pan como guinda. La turba entró por la fuerza en la Casa de las Siete Chimeneas, a la sazón residencia del ministro tras haber pasado por las manos de otros propietarios (como el secretario de Antonio Pérez, el comerciante genovés Baltasar Cattaneo o el doctor Francisco Sandi y Mesa); dado que su titular había huido, vaciaron la despensa y destrozaron el mobiliario, siendo el peor parado un criado que intentó impedirlo y terminó cosido a cuchilladas.


Visto lo visto, las casas malditas de películas y novelas de terror parecen parques infantiles al lado de la madrileña. ¿Habrá cubierto ya el cupo de mal rollo o seguirá para desgracia de ocupantes y deleite de generaciones de historiadores?

Fotos: JAF

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