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Mostrando entradas de diciembre, 2015

Alameda Central, el quemadero mexicano de la Inquisición

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Si alguien cree que por tratarse México D.F . de una de las ciudades más grandes del mundo (8 millones de habitantes reunidos en 1.495 kilómetros cuadrados, a los que habría que sumar otros 21 millones del área metropolitana, la tercera más poblada que existe), únicamente es una ingente extensión de hormigón y cristal con una masa de vehículos contaminando el aire con sus humos, se equivoca de medio a medio. La capital de México también puede presumir de zonas verdes y de tamaño acorde a sus dimensiones. dieciséis delegaciones en que se divide administrativamente, algunos de ellos gozando de protección nacional por su valor ecológico. Sin embargo, sólo uno se encuentra en el centro histórico: la Alameda Central , que debe su nombre al tipo de árbol de que estaba compuesta originalmente (luego se sustituyeron los álamos por sauces y fresnos) y que lleva cuatro siglos en ese lugar, encajada entre las avenidas Hidalgo y Juárez, el Palacio de Bellas Artes y la calle Ángela Peralt

La Cartuja de Miraflores y el milagro de la luz

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Estamos ya en la segunda mitad de diciembre, que posiblemente sea el mejor mes para visitar la Cartuja de Miraflores . Especialmente por la tarde, que hay milagro. Suena raro, como aquella película de Berlanga, Los jueves, milagro . Pero en este caso de verdad; y no un único día de la semana, sino todos. Es el llamado milagro de la luz . Pese a la espectacularidad de sus frescos, la capilla de Nuestra Señora no es lo más representativo de la Cartuja de Miraflores y se usa como museo del sitio Pero vamos poco a poco. Como indica su nombre, la Cartuja de Miraflores es un monasterio que el rey Juan II de Castilla , padre de Isabel la Católica , donó a la Orden de los Cartujos en 1442. Habría de levantarse sobre los restos del palacio de Miraflores, antiguo pabellón de caza de su padre incendiado y situado en las afueras de Burgos , actualmente a unos tres kilómetros. Lo construyó el arquitecto alemán -afincado en España- Juan de Colonia entre 1454 y 1484, aunque fue su hijo S

San José

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San José de Costa Rica es algo así como la pariente pobre de las capitales de Iberoamérica. O una de ellas. Y no me refiero a pobre en sentido económico precisamente. Su problema es que no se trata de una ciudad demasiado antigua -nació en 1738, sin siquiera una fundación oficial-, ni grande -apenas 334.000 habitantes- y casi no posee patrimonio monumental porque carece de casco histórico en el sentido habitual, añejo, de la palabra. Gajes de esa fundación tardía, pero también de estar situada geográficamente en una zona de gran actividad sísmica y vulcanológica; algo que le quita pero, la verdad, también le da y, de hecho, la mayoría de los visitantes suelen tener más interés en subir a lo alto del vecino volcán Poás (a 45 kilómetros) o del Irazú (a 54), ambos protegidos como parques nacionales, para contemplar las lagunas verdes que acogen sus respectivos cráteres, antes que pasear por las calles o ver edificios que carecen de ese pedigrí que imprimen los siglos. Juan V

Bandeja paisa

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Llegué a Medellín (Colombia) ya de noche, después de la odisea de viaje que supone salir de Asturias destino Madrid vía ferrocarril, embarcar en el avión con varias horas de retraso (Barajas siempre será Barajas), sobrevolar el Atlántico entretenido con películas de doblaje latino, aterrizar en Bogotá con el tiempo justo para tomar el enlace correspondiente, perderlo, aclararme con la pasmosidad y el caos del personal de tierra de la capital colombiana y esperar en una gran sala sin cobertura para el móvil, mientras fuera caía una tormenta eléctrica descomunal que obligó a retrasar también ese vuelo. Finalmente, cuando terminó aquella barahúnda de rayos, truenos y lluvia torrencial que hubiera hecho las delicias del doctor Frankenstein en la labor de dar vida a su criatura, conseguimos despegar para, por fin, poner el pie en Medellín. Algo que por momentos llegó a parecer una utopía, una suerte de vagar delirante en busca del mítico El Dorado, nunca mejor dicho tratándose de aquel