La hoguera de las vanidades




Es difícil centrar la atención en un único punto cuando se visita la Plaza de la Señoría, en Florencia. Se trata de uno de esos sitios que acumulan atractivo tras atractivo, belleza tras belleza, de manera que los ojos van saltando del Palacio Viejo a la Logia dei Lanzi, de la Fuente de Neptuno a la estatua ecuestre de Cosme de Médici, de la copia del David de Miguel Ángel al Perseo de Cellini, del Marzocco al mismo suelo empedrado de este ágora. ¿Al suelo? Sí porque en el pavimento, en el punto central de la plaza (delante de la fuente) hay incrustada una placa de granito con una interesante inscripción que, traducida (está en italiano pero recordemos que e molto fácile e divertente), significa lo siguiente:

Aquí fue donde, junto a sus hermanos fray Doménico Bounvicini y fray Silvestro Maruffi, el 23 de mayo de 1498, por inicua sentencia, fue condenado y quemado fray Girolamo Savonarola. Cuatro siglos después se colocó este memorial.




Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola fue un fraile dominico, natural de Ferrara y de ascendecia aristocrática, que no tardó en hacerse famoso por sus incendiarios sermones públicos contra todo lo que se movía: la Iglesia, el dinero, el lujo, la inmoralidad... Su estilo, directo e implacable, junto con un mensaje en el que reivindicaba la pobreza y la vida sobria, le hicieron ganar una legión de miles de fieles seguidores en Florencia, a donde había sido destinado. Esa postura, agresivamente intransigente, terminó provocando su expulsión de la ciudad en 1487. 

Savonarola retratado por Alessandro Bonvicino
 
Tras cuatro años en Bolonia dedicado a perfeccionar su oratoria, regresó como prior del Monasterio de San Marcos y aprovechó la desfavorable coyuntura -epidemias, derrotas militares, pobreza generalizada- para volver por sus fueros, atizando a diestro y siniestro contra la opulencia y los poderosos. Nadie se libraba: ni el Papa (Inocencio VIII), definido como reencarnación del diablo, ni Lorenzo de Médici, al que rechazó dar la extremaunción en su lecho de muerte y maldijo, pese a que había sido él quien le facilitó el priorato del cenobio. 

A la invasión francesa, en cambio, le dio la bienvenida. En medio del caos, Savonarola consiguió hacerse con el poder florentino y convirtió la urbe en una especie de teocracia (aunque con cierta democratización, ya que se creó un consejo ciudadano) que persiguió con saña todo aquello que atentase contra su modelo de vida humilde: ropas suntuosas, cosméticos, joyas, espejos, naipes, alcohol, perfumes, libros, obras de arte... Todo ello ardía en las llamadas hogueras de las vanidades, que se montaban en la citada Plaza de la Señoría y donde las llamas lo mismo consumían sedas y brocados que escritos de Petrarca o Bocaccio, pinturas de Boticcelli o incluso homosexuales. Echó de la ciudad a los Médici y Miguel Ángel se exilió en Venecia. Un grupo de opositores conocidos como los arrabbiati (los enojados) intentaron hacerle frente, pero también fueron barridos, al igual que los franciscanos.

 
Savonarola predicando, por Ludwig von Langenmantel


Todo intento de conciliación por parte de Roma resultó inútil porque el nuevo Papa, Alejandro VI, era peor considerado aún que el anterior. Así que Savonarola fue condenado al silencio primero, excomulgado después y, dada su terca insistencia, apresado aprovechando la muerte de su protector galo, Carlos VIII, a quien había identificado con un nuevo Ciro y tildado de "muy cristiano". En la primavera de 1498, el ejército pontificio ocupó Florencia, aplastó a los acérrimos de Savonarola y a él lo sometió a mes y medio de tortura en la Torre de Arnolfo para que firmase una retractación; al principio aceptó, pero luego se arrepintió, por lo que fue entregado al brazo secular para su ejecución en el fuego.

Otra versión de la ejecución de Savonarola. La de la cabecera es de Francesco Rosselli (siglo XV) y ésta de Stefano Ussi (siglo XIX)

La pira se instaló en la Plaza de la Señoría, algo irónico porque allí era donde él montaba sus hogueras de las vanidades. A Savonarola y sus dos compañeros se les dio garrote y sus cuerpos se consumieron en las llamas durante varias horas, arrojándose las cenizas al río Arno, junto al Ponte Vecchio, para evitar que sus incondicionales, conocidos como los piagnoni,  las convirtieran en reliquias. A la postre no ha hecho falta: a Savonarola se le recuerda en la mencionada placa y en varias estatuas -algunas en Florencia misma-, pero además ha sido reivindicado por algunos pensadores e incluso hay quien pide su canonización.

Foto memorial: JAF

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