La Romería del Agua: las fuentes de La Granja


Hay que comprender al pobre Felipe, que llega desde París a Madrid para inaugurar una nueva dinastía y ser el quinto de su nombre en la lista de reyes, pero que cuando pisa la capital española se encuentra que tiene que vivir en el viejo Alcázar de los Austrias, un sitio antiguo e incómodo, acorde en cierta forma al austero espíritu de los primeros Austrias españoles. Nada que ver con el refinamiento francés, en el que ya se sentaban las bases del Rococó, un barroco bastante diferente al español, que era mucho más serio, menos extravagante y algo alejado de la sensibilidad gala. 
 
Así que, aprovechando su abdicación -frustrada, al morir su heredero Luis a los pocos meses y tener que volver a ceñir la corona-, y hasta que un incendio fortuito devoró al Alcázar en 1734 (cuyo origen atribuyen a él mismo las malas y equivocadas lenguas, como presunta excusa para poder librarse del edificio que representaba a los predecesores Habsburgo), Felipe V de Borbón decidió compensar aquella decepción construyendo un palacio en la Sierra de Guadarrama para huir del rigor del verano castellano; por supuesto, no siguiendo el modelo local sino el de su país de origen. De hecho, se refería a él como "Mi pequeño Versalles".


El lugar elegido, la Granja de San Ildefonso, era una localidad segoviana donde los jerónimos tenían una granja -de ahí el nombre, sí, astutos detectives- y que desde entonces pasó a ser un Real Sitio. La fecha de inicio de los trabajos fue 1721, no quedando concluidos hasta tres años después. Sin embargo no es de la arquitectura exactamente de lo que toca hablar hoy sino de sus jardines. Si un palacio es menos sin un buen jardín, no digamos ya un palacio francés. 
 
Felipe contrató para diseñarlo al famoso Le Nôtre, que venía avalado sobradamente por su labor en Versalles, encargándose de la parte práctica el arquitecto René Carlier, compatriota suyo, al que se encomendó la realización de las fuentes monumentales que debían decorar aquellas ciento cuarenta y seis hectáreas verdes. En una época donde aún no había motores, Carlier recurrió a la orografía del terreno, aprovechando los desniveles que presentaban las colinas circundantes para que el agua, procedente de un lago artificial llamado el Mar, cogiera impulso por sí misma gracias a la ley de la gravedad.




Carlier murió en 1722 y fue sustituido sucesivamente por René Fremin, Jean Thierry y, finalmente, el prestigioso agrónomo y botánico afrancesado Esteban Boutelou, que ya se había encargado de los jardines palaciegos de su localidad natal, Aranjuez. Continuando la idea de su predecesor, Boutelou consiguió unos surtidores espectaculares, con chorros de gran altura; superiores incluso a los versallescos, que estaban limitados por lo llano del terreno. 
 
Esas fuentes, decoradas con grupos escultóricos clásicos elaborados en plomo pero pintados simulando bronce, han conseguido trascender la atracción que supone el palacio mismo y su encendido congrega a multitud de curiosos. Dado el gasto de agua que eso supone, normalmente sólo funcionan cuatro de las veintiséis, en días y horas concretos. Por ejemplo, este 2016 serán cuatro los miércoles y sábados a las 17:30 y los domingos a las 13:00. La web de Patrimonio Nacional anuncia cuáles son y cuándo.




Pero hay tres días al año en que se hace una excepción y se ponen en marcha todas las fuentes, una tras otra. El primero es el 30 de mayo, onomástica de San Fernando; el segundo, el 25 de julio, fiesta nacional española por excelencia (Santiago); y el tercero, el 25 de agosto, San Luis. Tres jornadas en las que se inscribe lo que se ha dado en llamar la Romería del Agua, porque los visitantes, miles de personas, van moviéndose de fuente en fuente a medida que una se apaga y se pone en marcha la siguiente, con un lapso intermedio de diez minutos para dar tiempo al traslado entre ellas. 
 
Un silbato da el toque de salida y los chorros vuelan hacia el cielo; literalmente en algunos casos, pues llegan a alcanzar cuarenta metros de altura. Niños y estudiantes suelen despedir el curso dándose un baño; el resto de la concurrencia tampoco se libra de la mojadura si está demasiado cerca del radio de acción del agua, de ahí que no sea raro ver a muchos ataviados con chubasqueros aún cuando el sol castigue con dureza.



Es cuestión de prioridades: si uno quiere estar en primera o segunda línea debe asumir que acabará empapado, aparte de tener que correr entre cada fuente so pena de verse obligado a abrirse hueco a codazos  o contemplar el agua saliendo por detrás de una masa de cogotes. Tengamos en cuenta que las fuentes se distribuyen por seis kilómetros cuadrados de jardines, entre áreas boscosas, prados, laberintos de setos... 
 
Hacer el circuito entero puede llevar un par de horas, pero permitirá ver no sólo el espectáculo acuático de cada fuente, todos diferentes, sino la belleza de ellas mismas y sus motivos clásicos. Los días normales funcionan, alternándose, la Fama, Las Ranas, los Baños de Diana, las Ocho Calles, la Carrera de Caballos y el Canastillo.


Fotos: JAF
Fotos cabecera y 2ª: Patrimonio Nacional

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