El Hospital de los Venerables



Si hubiera que recomendar un top ten de sitios históricos de Sevilla que deber ser visitados sí o sí, probablemente uno de los que figurarían sería el Hospital de los Venerables. Y mira que es difícil elegir en esa ciudad, pero lo sería no sólo por el continente (edificio barroco muy original con una bella iglesia que no defraudará a ningún curioso) y el contenido (se supone, puesto que hoy es un lugar multifuncional que acoge la sede de la Fundación Focus-Abengoa y el Centro de Investigación Diego Velázquez) sino también por el espíritu que flota en el ambiente y que, entrecerrando un poco los ojos y dejándose llevar por la imaginación, lo traslada a uno al siglo XVII.

Presbiterio y retablo mayor con La Última Cena, de Lucas Valdés

El Siglo de Oro español sólo refulgía con brillo áureo en las artes, fueran plásticas o literarias. En otros aspectos, fuera el político, el militar o el económico, fue la época en que empezó a manifestarse la lenta decadencia de la Monarquía Hispánica, plasmada en penuria demográfica, ataques de toda Europa al olor de la carroña y el lastre financiero que supuso el legado de los Austrias mayores, cuya gestión de la hacienda había sido un desastre e hipotecó a las generaciones siguientes. En ese contexto, y aún cuando el país se defendía como gato panza arriba soltando esporádicos zarpazos que lo permitieron sobrevivir maltrecho hasta el cambio de dinastía, la situación interior fue duramente retratada por la tradición escrita de la picaresca, en la que España aparece casi como una macro Corte de los Milagros llena de ganapanes, trepas y bribones. Pero, sobre todo, pobres, muchos pobres con la necesidad de llevarse algo a la boca e ir tirando.

Justino de Neve retratado por Murillo
Buena parte del clero estaba en esa última situación. Paradójicamente, la profesión de fe en una época en la que la Iglesia era uno de los principales poderes nacionales sólo garantizaba una posición desahogada a obispos y prelados de alcurnia; el resto de sacerdotes vivían como podían y, cuando alcanzaban una edad avanzada y empezaban a llegar los achaques, solían caer en el olvido sin que nadie se ocupara de ellos. Ésa fue una de las razones que impulsaron a la Hermandad del Silencio de Sevilla a crear una institución que amparase a esa gente y, así, en 1627 se alquiló una casa para alojarlos. Funcionó durante varias décadas hasta que en 1675 el canónigo Justino de Neve, en colaboración con la hermandad, decidió acometer personalmente la fundación de un hospital que sirviera de residencia para sacerdotes ancianos e impedidos. Para ello adquirió un solar próximo a su domicilio donde en 1697, tras las correspondientes obras, construyó el edificio. Estaba -y está todavía- en el barrio de Santa Cruz y tiene un precioso nombre: el Hospital de Venerables Sacerdotes.

El patio con la fuente y la peculiar escalinata, pensada para aprovechar el agua
 
Era una gran casa de dos plantas y patio, siguiendo el modelo típico andaluz y decorada según el estilo barroco imperante, aunque mucho más sobrio de lo habitual. Tenía una iglesia, por supuesto, que ocupaba la fachada principal en la calle Jamerdana; la parte civil era de planta cuadrada estructurada en torno a ese patio, que sin duda es el rincón más interesante del lugar: un espacio abierto porticado y con galería superior sostenida por columnas toscanas, en el que el punto central es una fuente rodeada por una escalinata concéntrica de ladrillo y azulejo (foto de cabecera). La sala de enfermería estaba en la parte oriental de dicho patio, una estancia rectangular con cubierta plana y una arquería en la que las enjutas se decoran con yeserías de tema eclesiástico; hoy es una sala de exposiciones.

Arquería y planta superior

En la planta superior había otra enfermería y se localizaban las habitaciones de invierno (al hallarse más altas se calentaban mejor). Se comunicaba con el coro de la iglesia y hoy también se usa para exposiciones. También allí está la Sala de Cabildos, actualmente usada como Gabinete de Estampas (accesible sólo a investigadores). Asimismo, en una esquina de ese piso estaba la torre mudéjar que daba al refectorio (ahora biblioteca). En cuanto a la citada iglesia, consagrada a San Fernando, ahora es un auditorio musical pero entonces se usaba para los oficios religiosos.


La cúpula de la iglesia
 
Un detalle decorativo

Es un lugar especialmente atractivo: una sola nave cubierta con bóveda de medio cañón que tiene arcos fajones y un crucero rematado en cúpula de media naranja sin tambor. Lo más interesante, con todo, son las pinturas de Valdés Leal y su hijo Lucas que la decoran, con atención especial al techo de la sacristía (El triunfo de la cruz) y donde además no faltan la clásica cajonería y el tesoro de orfebrería-, las esculturas de Pedro Roldán y Martínez Montañés y los retablos de Juan de Oviedo. Hay muchas curiosidades: por ejemplo, la Inmaculada de Murillo que se conserva en el Museo del Prado fue realizada originalmente para este templo -de donde la robó el mariscal Soult-, y no faltan las inevitables hornacinas acristaladas con reliquias de santos, que son una de las señas de identidad de la singular concepción religiosa de la época.

El techo de la sacristía con El triunfo de la cruz, de Valdés Leal

Un detalle


El Hospital de los Venerables se mantuvo gracias a la financiación de la hermandad, el esfuerzo de Justino de Neves  -que falleció muchos años antes de verlo terminado-, las limosnas y las dádivas que de vez en cuando entregaban los reyes. Pero en 1805 la situación eclosionó, acorde con la del resto del país. Entre la invasión francesa, la Guerra de la independencia y el posterior reinado de Fernando VII, el estado del hospital era más bien ruinoso. La Desamortización de Mendizábal fue la guinda, al expropiarlo en 1836 y convertirlo cuatro años después en una fábrica de tejidos; los enfermos tuvieron que ser trasladados al Hospital de la Caridad, pero en 1848 la hermandad consiguió que, por Real Orden, le devolvieran el inmueble y recuperar así su antiguo uso, que perduró hasta 1970.

Bóveda que cubre la escalera a la segunda planta
 Fotos: JAF y Marta B.L.

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