Kivu


Estaba en Ruanda, el país de las mil colinas, sobrenombre que no se le puso por casualidad. Un lugar precioso, donde a un visitante inadvertido ni se le pasaría por la cabeza el macabro -y no tan lejano- pasado de genocidio y odios que hay soterrado, aparentemente superado... aunque tratándose de África nunca se sabe. Pero aquel día había sustituido la historia por la naturaleza, levantándome a horas criminales para acceder al Parque Nacional de los Volcanes, en los montes Virunga, avanzar ladera arriba entre la frondosidad de la selva, atravesar un bosque de bambú, subir y bajar mil barrancos dando vueltas en busca de la familia del espalda plateada Agaysha, solazarme una cortísima hora en su compañía, emprender el camino de regreso, jugar un partidillo de fútbol con unos chicos nativos usando un tosco balón artesano hecho de trapo, realizar el último tramo en un cuatro por cuatro sobre la carretera más infernal que he tenido ocasión de probar y finalmente tragarme no sé cuántas horas de autobús hasta llegar al lago Kivu.

Peloteando con los chicos locales

Es uno de los más grandes del continente, con 480 metros de profundidad y 2.700 kilómetros cuadrados que sirven de frontera natural entre Ruanda y la República Democrática del Congo. Asentado en una depresión del Valle del Rift  a 1.500 metros de altitud, se ubica sobre la cámara magmática del volcán Nyiragongo, junto a la ciudad congoleña de Goma. Nadie diría al ver su superficie, plana y tranquila como un espejo, que ocasional pero periódicamente entra en erupción, con el agua bullendo hasta terminar explotando como una gigantesca botella de champán al descorcharse. Es algo debido a la gran cantidad de metano y dióxido de carbono de su composición en la parte más honda; de hecho, se estudia la forma de extraer ese gas -unos 55.000 millones de metros cúbicos disueltos a 300 metros de profundidad- como recurso económico. No resultará fácil -nada en África lo es-, pero de momento ya hay una central eléctrica que emplea el metano extraído como fuente de energía.

Corte del fondo del lago
 
Sabiendo esto no debería haberme sentido tranquilo cuando llegué hasta allí, ya a última hora de la tarde. Pero el cansancio acumulado hizo que ni siquiera disfrutara del hotel, también llamado Kivu, asentado en su ribera y con una pequeña playa (¡para una vez que me alojaba en un cinco estrellas en esa parte del continente!). Efectivamente, el Hombre se empeña en jugársela una y otra vez y si las laderas de muchos volcanes suelen atraer a millones de personas por la fertilidad que producen las cenizas en la tierra, aquel lago está rodeado de villas de vacaciones y mansiones para los potentados del país y los turistas extranjeros. Cualquier día el Kivu despertará enfurecido pero no parece que los alojamientos de los alrededores deban temer demasiado, aún cuando sería posible que originase un pequeño tsunami; si acaso lo sufrirían los peces y cangrejos, susceptibles de fallecer por las inhalaciones y el súbito cambio de temperatura del agua. Claro que en 1984 y 1986 el lago Nyos (Camerún) acabó con miles de personas y animales por sendas explosiones seguidas de letales emanaciones gaseosas...


La cosa no invitaba a bañarse de por sí pero es que, encima, el riesgo de esquistomatosis, esa enfermedad que protagoniza un platelminto llamado bilharzia, presente en casi todas las masas lacustres del centro africano, no ayudaba; la idea de un gusano haciendo trekking por mi organismo era lo suficientemente repulsiva como para no jugármela. En cualquier caso daba igual porque había caído la niebla, refrescando el ambiente en aquella última hora de luz. Aún así, no faltaban los valientes que se zambullían en el agua, despreciando las piscinas en favor del lago; hay gente para todo y supongo que una playa, por modesta que sea, es una playa. A donde fueres haz lo que vieres, reza el refrán; pero no en en ese continente. Y menos aún cuando, fijando la vista en el Kivu, entrecerré los ojos e imaginé qué aspecto tendría aquellos días de 1994, con miles de cadáveres flotando en su superficie, hinchados por la descomposición, después de que sus asesinos los hubieran despachado a golpe de machete y masu.

Crepúsculo neblinoso en el lago Kivu

Así que dí la espalda a las terrazas con mesas y sombrillas, obvié los apetitosos zumos que servían uniformados camareros, entré en la habitación, corrí el grueso cortinón que tapaba la cristalera y me metí en la cama procurando pensar sólo en los gorilas de esa mañana. Sólo quería dormir y los fantasmas de los tutsis tuvieron a bien permitírmelo.

Foto 1: MONUSCO en Wikimedia
Fotos: Marta B.L.

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