La Basílica de la Santa Croce y el origen del Síndrome de Stendhal (I)


"Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía tan cerca que me parecía tocarla. Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestiales proporcionadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, notaba las pulsaciones del corazón, aquellas que en Berlín llaman nervios; se me escapaba la vida, caminaba con miedo a caerme".
(NÁPOLES Y FLORENCIA. UN VIAJE DE MILÁN A REGGIO, Stendhal)

No es de extrañar que a Stendhal se le acelarase el pulso contemplando tamaña concentración de maravillas cuando visitó esa iglesia en 1817. Por un lado Miguel Ángel, Galileo Galilei, Dante Alighieri, Maquiavelo y Rossini; por otro Donatello, Vasari, Giotto, Ghiberti, Ricci, Canova, Michelozzo, Sangallo, Della Robbia, Cimabue, Brunelleschi... A primera vista parecería una enumeración de artistas italianos del Renacimiento, de no ser por que alguno de esos ilustres apellidos no tiene que ver con el arte sino con la ciencia y los demás corresponden en realidad a distintas épocas. Pero todos poseen algo en común: se juntan bajo el mismo techo, unos homenajeados y otros como creadores de esos honores, en el que es uno de los rincones más extraordinarios de Florencia. Que ya es decir.

Henru Breyle, alias Stendhal

Llegué a la Piazza di Santa Croce a una de esas horas tempranas de la mañana en que la ciudad aún estaba despabilándose, los turistas seguían en el hotel afanados en devorar bollo tras bollo de mantequilla y mermelada,  y las calles presentaban la inusitada tranquilidad que precede a la tormenta que llegaría en breve en forma de masas de gente, tráfico denso y bocinazos non stop. Italia, en una palabra. Era un día fresco y nublado, como suelen serlo los florentinos hasta que el propio sol entra en calor y empieza a brillar a mediodía.

La plaza, antes de que el sol y la gente se desperecen

La plaza estaba medio vacía, tachonado su enlosado por algunos charcos dispersos que lo mismo podían proceder de la lluvia nocturna o de una manga de riego, si bien recordé -y una placa en la esquina noroeste lo señalaba- que en el mismo año de mi nacimiento ese foro quedo completamente anegado por unas inundaciones provocadas por fuertes lluvias y un ciclón, superando el agua los cinco metros de altura y estropeando muchas obras de arte. Entre ellas murales al fresco y el famoso crucifijo de madera pintada de Cimabue que decora el altar mayor de la Basílica de la Santa Cruz.

Uno de los edificios de la plaza

Al fondo, rodeada por palacios como L'Antella o Cocchi Serristori, se alza la silueta de esa iglesia, con su típica fachada toscana cuartelada en la que la caliza blanca se alterna con mármoles de colores y que tardó cuatro siglos en terminarse, razón por la cual presenta un singular estilo neogótico que, no obstante, pasa bastante desapercibido. Especialmente porque la vista del observador tiende a desviarse inevitablemente hacia la estatua que se yergue justo al lado y representa a uno de los hijos más ilustres de Florencia, Dante Allighieri. No será el único recuerdo que se tribute al poeta, como veremos al acceder al templo.

La estatua de Dante
Éste es franciscano, el mayor del mundo (la idea era superar en tamaño al de Santa María Novella, dominico), aunque se asienta sobre un pequeño oratorio anterior cuyos restos no se descubrieron hasta 1996 cuando el suelo se hundió a causa de otra inundación; era la zona más pobre de la ciudad, extramuros. Iniciada su construcción en 1294 según los planos de Arnolfo di Cambio (que pasaría a la historia por haber sido el creador involuntario del primer Belén, un grupo escultórico del monumento a Bonifacio VII en la Capilla Sixtina, hoy en Santa María la Mayor), no se terminó hasta finales del siglo XIV, consagrándose en 1443. Pasó por sucesivas remodelaciones y sirvió como iglesia del convento hasta que las familias ilustres de la ciudad, que eran las que financiaban las obras, exigieron el derecho a ser enterradas dentro, trocando así su carácter sencillo por otro magnífico.

Y eso que estéticamente conserva la sobriedad, verificable al observar cómo la techumbre interior no está recubierta de piedra sino que deja a la vista su armazón de vigas de madera, como era costumbre en las iglesias de las órdenes mendicantes. Entré sin dejar de echar un vistazo al pequeño pórtico de la parte izquierda, bajo cuyos arcos reposan los restos mortales de Francesco Pazzi, noble banquero y tesorero del papa Sixto IV, quien le convenció para dirigir la célebre conspiración que lleva su apellido, que tenía como objetivo expulsar del poder a los Médici empezando por el asesinato del más insigne, Lorenzo; el plan falló, sólo pudieron matar a su hermano Giuliano y la gente intentó linchar a los Pazzi (Francesco se refugió en el Palacio de la señoría pero fue arrojado por una ventana y su cadáver arrastrado desnudo por las calles) mientras los Médici se volvían más populares que nunca.

Conspiración de los Pazzi (Stefano Ussi)
CONTINUARÁ...

Fotos: Marta BL

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